Mujeres, hombres y el gambito de dama

“La mujer usa su inteligencia para encontrar razones que apoyen su intuición”. Gilbert K. Chesterton

 

Este año se cumplen 20 desde que el campeón del mundo de ajedrez Garry Kasparov fue derrotado por su némesis, Deep Blue, el computador que IBM construyó con el único propósito de batirle1. Impresiona saber que el primer prototipo, capaz de analizar 100.000.000 movimientos por segundo, no fue capaz de batir al ruso. Fue necesario doblar la capacidad de cálculo (200 millones de mov/seg.) para, en un segundo intento, certificar la victoria de la máquina sobre el ser humano. Deep Blue no utilizaba lo que ahora conocemos como inteligencia artificial, sino que se basaba en la técnica que mencionábamos en el artículo anterior de “fuerza bruta”, pura potencia computacional calculando posiciones y toma de decisiones tasadas. Pero lo más sorprendente es que no fue esta fuerza bruta de cálculo la que inclinó la balanza a favor de la máquina, sino un hecho fortuito, un inesperado cisne negro: la máquina falló. En la primera partida, Deep Blue tuvo un error de cálculo e hizo un movimiento totalmente inesperado, sin sentido, pero que hizo saltar todas las alarmas en la mente de Kasparov. ¿Por qué había hecho ese movimiento? ¿Formaría parte de una retorcida estrategia? ¿Realmente estaba ante una máquina con una inteligencia superior? Y aunque dicho error permitió al humano ganar la primera partida, ya no pudo quitarse de la cabeza aquel misterioso movimiento extemporáneo, y comenzó a jugar  más con cautela que con su habitual atrevimiento. Eso, a la postre, le costó la derrota final2.

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El ajedrez es un juego fascinante y complejo, con algunas cifras realmente apabullantes. Si a partir de la tercera jugada ya hay 121 millones de posiciones posibles, el número potencial de partidas diferentes se estima en 10120. Dicho de otro modo, hay más partidas de ajedrez posibles que átomos en el Universo. Mucho más3. Parecería que un mero juego con unas reglas simples y sin ambigüedades es campo abonado para que la máquina se imponga pero, como hemos visto, la potencia bruta -aunque importante- no siempre es suficiente. Recientemente Sir Roger Penrose publicó un puzzle ajedrecístico que puede ser fácilmente resuelto por los humanos, pero que pone en apuros a los ordenadores. El cerebro humano es fascinante, es mucho más que un almacén de datos y una calculadora. Conceptos como el inconsciente adaptativo, la cognición heurística, la inteligencia emocional, son procesos que se desarrollan constantemente en el interior de nuestros “ordenadores orgánicos” y de los que solo ahora empezamos a intentar comprender sus orígenes e implicaciones.

Pero sin duda, uno de los aspectos del ajedrez que más polémica suscita es la patente y aplastante superioridad masculina, en un deporte que exige mucho cerebro y poco músculo. La proporción de mujeres que alcanzan el nivel de gran maestro es tan solo del 2% respecto a los hombres, y solo una mujer -Judit Polgar- llegó a estar un año (2005) entre los diez primeros puestos. La actual nº1 femenina, la china Hou Yifan, desciende hasta el puesto 82 en el ranking mixto. Mucho se ha investigado el porqué de esta escandalosa diferencia, reduciendo la cuestión en la mayoría de los casos a elegir una de las opciones del trillado binomio nature/nurture (predisposición genética/factores socioculturales). Evidentemente en la mayoría de los estudios hay una inclinación natural a buscar el segundo supuesto, los factores socioculturales, ya que hay un indisimulado temor a afirmar que el hombre está genéticamente más capacitado para alguna actividad intelectual, aunque sea una muy concreta.

Y aunque es indudable que una sociedad aún demasiado patriarcal explica la menor presencia de las mujeres en el ajedrez profesional, parece que no es suficiente para justificar la enorme brecha existente en la actualidad4. Probablemente la respuesta esté no en la aptitud para jugar mejor o peor, sino en la actitud, en los diferentes niveles de competitividad de cada sexo, en cuanto está dispuesto a sacrificar cada uno para lograr estar entre los mejores. El economista, sociólogo y Gran Maestro de ajedrez Ilja Zaragatski cree tener la respuesta a este asunto, y en un desenfadado (y bien documentado) artículo5 sostiene que, en el fondo, todo se resume en una cuestión reproductiva, en la carrera por perpetuar la especie: el hombre tiene una necesidad antropológica de competir y ganar para destacar sobre el resto de la tribu, es su forma primitiva de hacerse visible ante el sexo opuesto; la mujer simplemente tiene otras artimañas, menos primarias y posiblemente más efectivas.

Un estudio realizado en Escocia en 1932 sobre la salud mental de su población, fue utilizado en 2003 para escudriñar las diferencias cognitivas entre niños y niñas de 11 años de edad6. Se eligió este estudio por la amplitud y heterogeneidad de la muestra (todo un país) y porque a los 11 años las hormonas aún no han provocado grandes cambios diferenciales entre sexos. Los resultados muestran sin lugar a dudas que el cociente intelectual (CI) promedio es similar en chicos y chicas. Pero al observar la distribución porcentual de los distintos niveles de CI de ambos sexos, se revelan algunas diferencias. Observen el gráfico a continuación:

IQ-Male-Female

En el eje vertical se muestra el porcentaje de cada sexo para cada nivel de CI (IQ en inglés), siendo este último representado en el eje horizontal. Más allá de la mayor proporción de chicas con un nivel de inteligencia media, llama la atención la querencia de los extremos por los chicos: la proporción de varones se dispara en los extremos de la gráfica, destacando tanto en los mayores como en los menores niveles de habilidades cognitivas. Es decir, entre los hombres hay más genios, pero también más idiotas. Este dato podría explicar la abrumadora prevalencia masculina en el ajedrez de élite y en los premios Nobel7, por ejemplo, pero también en las cárceles y en los premios Darwin8. Ahora bien, ¿qué fiabilidad tienen estos test? ¿Realmente podemos medir la inteligencia? Y por cierto, ¿tenemos una idea clara de qué es la inteligencia?

En primer lugar, el simple hecho de plantear un test ya está alterando los resultados antes de ser realizado. Podría decirse que se produce algo similar al “efecto observador” en física cuántica, ya que estamos condicionando el resultado en el mismo momento de medirlo: por el contenido de las preguntas, por la predisposición o motivación de cada persona a ser evaluada, por la elección de tiempos y espacios (contexto), por la interpretación de los resultados… Esto bien lo saben -y lo explotan- los que elaboran encuestas, los que convocan referendums, o los que confeccionan las pruebas de acceso a plazas ad personam9  …pero eso es otra historia. Por ilustrar con un ejemplo, un estudio realizado por C. Steele y J. Aronson demostró que los resultados de estudiantes negros en un examen bajaban a la mitad, simplemente si se les preguntaba previamente por su raza. Una simple pregunta, un inocente detalle, puede adulterar de forma dramática el resultado de cualquier prueba.

En segundo lugar, ¿a qué llamamos inteligencia? A lo largo de los años, y sobre todo en los últimos 35, hemos sido testigos de una reformulación continua del concepto. A principios del siglo XX se acuñó el concepto de CI y empezaron a realizarse los primeros tests psicométricos para medir la inteligencia. No obstante, a fuerza de estudios y estadísticas empezaron a darse cuenta de que demasiadas personas con un elevado CI acababan trabajando para jefes con un CI muy inferior. Y esto no parecía muy inteligente. Uno de los mayores genios del ajedrez, Bobby Fischer, poseía un CI superior al de Einstein pero, como cuenta el periodista Leontxo García10, fue un verdadero desastre como persona. En 1983 Howard Gardner decretó la obsolescencia del CI, y nos alumbró su teoría de las Inteligencias Múltiples, aunque nunca tuvo muy claro cuantas eran: empezaron siendo 7 y las ha aumentado hasta 10, de momento. Dos años más tarde Robert J. Sternberg continuó con el concepto de habilidades cognitivas múltiples pero las redujo a tres. A continuación Daniel Goleman nos dijo que la inteligencia era la capacidad de reconocer y controlar nuestras emociones. Y diez años más tarde Malcom Gladwell nos relató el poder de la Inteligencia Intuitiva, demostrando que las decisiones instantáneas pueden ser tan buenas o mejores que las largamente meditadas. Podríamos seguir sumando teorías, pero probablemente haya tantas definiciones de inteligencia como psicólogos hay en el mundo.

Respecto a la toma racional de decisiones, el psicólogo alemán Gerd Gigerenzer le contaba a Eduard Punset en una entrevista esta anécdota sobre el proceso de elegir pareja: “…deberíamos hacer un listado con todas las opciones (…). Y luego, para cada una de ellas, sopesar las consecuencias relevantes para nosotros: la relación tras el matrimonio, el cuidado de los hijos, (…). Y después necesitaríamos calcular la probabilidad de que todo esto suceda, la utilidad, y la maximización de las utilidades. Le he preguntado a muchas personas y solamente he encontrado a una que haya admitido haberlo hecho así, y era economista. Lo hizo de este modo: escribió una lista con todas sus opciones, hizo sus cálculos, y luego le propuso matrimonio a una mujer, y ella aceptó (…) ¡y ahora están divorciados!”. ¿Moraleja? Para las decisiones realmente importantes en la vida, tal vez deberíamos dejarnos guiar más por el instinto y menos por la reflexión. Ya lo anticipó Blaise Pascal hace más de tres siglos: “El corazón tiene razones que la razón desconoce”.

En resumen, difícilmente se puede medir algo que no se tiene un concepto claro de lo que es, utilizando reglas e instrumentos que son creados a imagen y semejanza de quien los diseña. El mismo Gardner bromea diciendo que “cuando mis estudiantes me preguntan por qué en mi teoría de inteligencias múltiples no hay una inteligencia culinaria, una humorística o una sexual, al final deducen que solo soy capaz de reconocer las inteligencias que yo mismo poseo”. Por otra parte según Goleman, tener un CI elevado solo aporta un 20% de las cualidades necesarias para tener éxito en la vida, por lo tanto parece razonable no fiarse en demasía de este indicador para afirmar si alguien es más o menos inteligente. Luego entonces, si no es por el CI, ¿la gran prevalencia masculina en ciertas actividades intelectuales tiene que ver solo con factores socioculturales? No tan rápido, mi joven padawan.

Puede parecer una perogrullada decir que mujeres y hombres son diferentes, pero no es tan extraño que con frecuencia nos tengan que recordar ciertas obviedades. Esta maravillosa diferencia, ligada a la que existe en nuestro par cromosómico 23 (XY en hombres, XX en mujeres), hace que uno u otro sexo juegue con ventaja en algunas cosas. Por poner un ejemplo, enfermedades como el daltonismo y la hemofilia están causadas por la mutación recesiva de un gen en el cromosoma X. Las mujeres, al tener dos copias del mismo, deben tener la mutación en ambos cromosomas para sufrir la enfermedad, mientras que los hombres no tienen escapatoria posible. Así, la incidencia de dichas enfermedades es mucho mayor en la población masculina.

Curiosamente, hasta las 8 semanas de vida nuestros cerebros son idénticos y 100% femeninos, y es solo a partir de ese momento cuando el cerebro masculino empieza a diferenciarse. Louann Brizendine, profesora de neuropsiquiatría y autora del libro “El cerebro femenino”, sostiene que el cerebro tiene sexo, y no puede ser educado para comportarse como el de sexo contrario. En entrevistas cuenta que quiso darle a su hijo una educación no sexista intentando que jugara con muñecas, pero «lo malo es que les arrancaba las piernas y las usaba como cuchillos. Los niños necesitan luchar y ser super héroes; en cambio, recuerdo el caso de una niña cuyos padres querían que jugase con camiones; y, sí, jugaba acunándolos en sus brazos».

Las grandes diferencias conductuales no comienzan a manifestarse hasta la explosión hormonal de la adolescencia, cuando estrógeno y testosterona empiezan a imponer su ley, llevando a chicas y chicos a comenzar a tener distintas prioridades: más comunicativas y empáticas ellas, más sexuales y competitivos ellos. Estos cambios hormonales redimensionan y reestructuran distintas zonas cerebrales y también cambian el conectoma o mapa de conexiones neuronales. Gracias a las técnicas de neuroimagen pudimos pasar de la teoría a los hechos, y se pudo comprobar directamente que áreas del cerebro se correspondían con determinados procesos mentales.

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Aquí, según un estudio que utilizó la resonancia magnética funcional para dibujar la actividad cerebral, se demuestra que ellos procesan con circuitos sinápticos más aislados en cada hemisferio (intrahemisféricos) y ellas comunican constantemente ambos hemisferios (interhemisférico). ¿Y en qué se traduce esto? En que ellos desarrollan mayores habilidades motoras y visión espacial, y ellas mayores habilidades sociales y memoria11. Con este hallazgo se daba carpetazo a toda controversia teórica, se ponían las pruebas sobre la mesa, y el debate sobre las diferencias de género quedaba finiquitado. ¿O no?

Como muchas veces -afortunadamente- ocurre en la ciencia, este estudio fue poco después cuestionado y hasta catalogado de “neurosexista”13. La crítica puso de manifiesto las debilidades y conclusiones sesgadas del estudio y, además, aquí se da un efecto que también suele ocurrir a menudo -desgraciadamente- en la ciencia, y más concretamente en las publicaciones científicas: la tendencia a buscar los resultados que se puedan “vender” mejor. Y la diferencia entre sexos, como todo buen clásico, se vende bastante bien.

“Qué tiempos serán los que vivimos, que hay que defender lo obvio”, decía Bertolt Brecht. Nuestros cerebros son distintos y siguen pautas diferentes, y -estadísticamente- mujeres y hombres utilizan de distinta forma su inteligencia. Desde un punto de vista evolucionista, puede que ambos sexos se dejen influenciar por lo que el etólogo Richard Dawkins llama el código de los muertos, comportamientos heredados que tuvieron sentido hace miles de años pero que hoy día están obsoletos. Tal vez la anómala ausencia de mujeres en terrenos hoy por hoy eminentemente masculinos tenga una explicación genética… pero lo que es seguro es que también tiene causas sociales.

La psicóloga cognitiva Elizabeth Spelke, en un interesante debate14 al respecto con su colega Steven Pinker (ambos profesores en Harvard), defiende las causas sociales frente a las biológicas, y apunta el siguiente razonamiento: “Consideremos quienes eran los científicos y matemáticos del siglo 19. Eran abrumadoramente masculinos, tal como hoy día, pero también eran abrumadoramente europeos, no asiáticos. Apenas veréis un rostro chino o indio en la ciencia del siglo 19. Habría sido tentador aplicar el mismo patrón de razonamiento estadístico y decir, debe haber algo en los genes europeos que da lugar a un mayor talento matemático que los genes asiáticos. Si retrocedemos aún más, y tenemos este debate durante el renacimiento, creo que podríamos estar tentados de concluir que los genes católicos son mejores para la ciencia que los genes judíos, porque todos esos científicos del renacimiento eran católicos. (…) ¿por qué la gran mayoría de premios Nobel son hombres? La respuesta a esta pregunta puede ser la misma razón por la que todos los grandes científicos en Florencia eran cristianos”. La biología le viene dada a cada uno de fábrica, pero lo que realmente influye en la carrera hacia el éxito es el entorno educativo y la opresión que la sociedad ejerce sobre determinados colectivos, o como favorece a otros.

Las hermanas Polgar nunca fueron al colegio, sus padres -pedagogos- les dieron una educación alternativa -al estilo del Capitán Fantastic– y las tres (Susan, Sofía y Judit) lograron llegar a la élite del ajedrez mundial. Los factores externos, como apuntaba Goleman, son los responsables del 80% de las probabilidades de éxito, y la educación es un factor crucial. Judit, por cierto, nunca quiso jugar torneos femeninos, consciente de que aprendería más jugando en los mixtos, y tanto aprendió que consiguió vencer (también) al todopoderoso Kasparov. Ahora bien, no siempre es fácil romper determinadas inercias culturales. La Federación Española de Ajedrez, en un intento por luchar contra la discriminación y basándose en multitud de recomendaciones al respecto, propuso eliminar las competiciones femeninas y que a partir de 2002 todos los torneos fueran mixtos. Cuatro años después, y a petición de las propias jugadoras, tuvieron que dar marcha atrás y reinstaurar el Campeonato de España Femenino10.

Un gambito es una apertura de ajedrez en la que se sacrifica una pieza con el fin de conseguir una ventaja mayor en el desarrollo posterior del juego, siendo el gambito de dama uno de los más utilizados. Durante muchos años las mujeres fueron sacrificadas al cuidado del hogar y de la familia, y los hombres a luchar y buscar el sustento, en aras de la supervivencia y multiplicación de la especie. El paso del tiempo ha esculpido códigos de comportamiento en nuestros cerebros que, aunque actualmente no tienen razón de ser, pueden (deben) ser adaptados a la realidad de nuestros días. Eso -disculpen el atrevimiento- debe ser la inteligencia. Adaptarse.

Puede que ya vaya siendo hora de cambiar de jugada.

 

 

1Deep Blue fue desmantelado poco después de ganar a Kasparov, cual si fuera un peligroso Terminator que había que hacer desaparecer.

6“Population sex differences in IQ at age 11: the Scottish mental survey 1932”. Ian J. Deary, Graham Thorpe, Valerie Wilson, John M. Starr, Lawrence J. Whalley (2003).

10“Ajedrez y ciencia, pasiones mezcladas” Leontxo García (2013)

3 respuestas a “Mujeres, hombres y el gambito de dama

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  1. Querido Adolfo, gran e interesante artículo, que gana más peso pensando que lo has publicado en Agosto, ese mes que ya sabes que opino que es el de la exaltación de la vulgaridad. Además el tema que trata recorre la psicología y la historia, prácticamente desde siempre sin llegar, como no puede ser de otra manera, a conclusiones definitivas, tratándose de inteligencia, cerebro, emociones, hombre, mujer….
    Mi posición está más cercana a la expresada por Elizabeth Spelke. La historia está jalonada de infinitud de ejemplos. No te digo nada en estos momentos que las “tendencias” son tan cambiantes. Como se expresa en el libro Corazones Inteligentes, de Pablo Fernández Berrocal y Natalia Ramos Días, (pg.411), en un artículo de Daniel Goleman en la revista Harvard Business Review, titulado “What makes a leader” (Qué es lo que hace a un líder), los auténticos lideres no lo son por su CI ni por sus conocimientos profesionales; lo son por sus competencias emocionales.
    El tema del CI siempre ha sido controvertido, porque aunque se magnifica en muchos casos, sólo significa eso y nada más. Sin embargo, una vez superados tiempos oscuros, se ha ido poniendo en valor otros conceptos, cualidades, emociones, etc. que antes incluso estaban perseguidas cuando no denostadas. No te digo nada si además eras mujer.
    Bueno amigo, continuaremos reflexionando sobre otros temas que también tienen cabida.
    Un abrazo

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    1. Muchas gracias Goyo, era consciente de que es un tema controvertido y delicado de tratar, y ya sabes que en estos tiempos tan hipersensibilizados que vivimos es prácticamente imposible no ofender a nadie. Efectivamente las competencias emocionales no solo deberían exigirse para determinados puestos clave, deberían ser de formación obligatoria y periódica. Asimismo debería fomentarse la Inteligencia colectiva o grupal, porque solo los colectivos que funcionan de forma colaborativa avanzan, progresan y no dejan nunca a nadie atrás. Se echa mucho de menos en este mundo tan individualista que nos está haciendo retroceder hacía dentro, hacia el aislamiento y la paranoia social. Malos tiempos.

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